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17 ene 2008

muerte como un gato


Y murió como un gato

Y murió en un ropero, como mueren aquellos que ni la nostalgia los encuentra, ni la tristeza de otros los recuerda. Él no era un gato, tenía corazón de ser humano, no común, ni corriente.
Murió un día en que Dios se olvidó de los entierros y pestañeó de cansancio por los humanos. Este día el paraíso desapareció mientras él desfallecía. Murió de amor, no como cualquier otro, o sea sin ropero, sin nostalgia aproximándose a la muerte. Se murió porque quería hacerlo, o porque alguien más inmortal cerró los ojos para no verlo.

Se encerró en el ropero un día en que la llovizna pedía desconsoladamente a gritos un poquito, poquitito, de alegría; y es que en esos días de muerte uno sólo es él que escucha los símbolos de ella.

- Huele a tristeza
- Siempre hueles así
- Ahora es diferente, pues conozco mi olor. Es la lluvia la que reclama. Yo ya dejé de hacerlo.

Cogió su lapicero interminable en la tinta y escribió su epitafio poético, su última palabra dentro de su cuaderno: “no te amo, ni te amé, ni te amaré después de la muerte”

- Me tengo que ir
- Vete. Ya era hora.
- Tienes razón, ya es hora

Ella no lo miró, aunque presentía en esas palabras aquel roce de credulidad que tanto le estremecía, que sintió mas que una profecía, que todo fuese realidad en un par de horas. Ella siguió cocinando, cogió el teléfono, derramó una lágrima, según ella de cansancio, marcó el número de la persona a quién, seguramente, según ella, más amaba.

- Ya se fue, puedes venir
- Esta bien… a veces siento pena por él.
- Sabes … Hoy lo ví como si fuera un gato que se fuese a morir.

Colgó. Derramó otra lágrima, encendió un cigarro y renegó

- Maldito ojos ¡¿por qué carajo están lagrimeando?!

Echó la primera bocanada, se instaló en su sofá preferido, y trató de pensar en la persona que según ella más amaba, porque es en estas horas en donde la lluvia nostálgica te ponía el corazón pensativo y ella lo sabía.

Mas no lograba abstraer su mente en él, pensó en aquel gato flaco y con sus siete vidas muertas, aquel muchacho que un día le enseñó las bellas señales de la naturaleza, y que esta lluvia era pronóstico de una muerte silenciosa y sola, la lluvia era lacónica con aroma a muerte.

Pensó en aquel día en que le dijo a ese muchacho que tenía un corazón alegre y al aire, que no podía vivir de sueños, que no era cuestión de no tener de, sino de ser realista, de que no solamente de sueños vive el hombre; y de tantas razones más que tuvo que maquillar para no decir en resumen:

“no quiero estar contigo, no quiero volverme loca”

Fue el triste final y el inicio de otra historia mucho más triste. La tristeza no mata, te pone triste la muerte. Es muy diferente morir alegre a morir triste, a morir tras dos puertas que nadie abre, tras dos ojos que no te aman. Ella lloró esa noche que dijo eso, se encerró con todas las almohadas que pudo, algunas eran para secar sus lágrimas, otras para enfrentar su rabia toda la madrugada. Ya era tarde, es el tiempo con la venia de uno que cierra las puertas.

Ya era tarde ( a veces ) para soñar…





Creo que continuará…

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